Comenzó como un juego fotográfico y se convirtió en una peregrinación casi diaria.
Un ejercicio que consiguió «engancharme». Acudir a un mismo espacio delimitado: «encerrarme» en dos calles, escasos doscientos metros.
Y mirar.
Las imágenes se han mantenido ocultas, todo un logro teniendo en cuenta mi debilidad por mostrar.
Ahora sí, muy pronto verán la luz.