Mirar me gusta, así en general.
Y como me gusta mirar, me gusta mirar a quien mira.
Me gusta mirar no sólo a unos ojos que miran, sino a todo un cuerpo ejerciendo la mirada.
Me inquieta y me gusta mirar a alguien cuando no se sabe mirado.
Me gusta mirar a alguien que intuyo se sabe mirado (pero no lo sé) y no acabar de saber qué está ocurriendo, y jugar a inventar con todo ello.
Últimamente le estoy cogiendo el gusto a mirar a alguien que se sabe mirado, con quien pacto y me invita, por un instante, a mirarle.
Me gusta mirar de frente, cuando toca, e incluso levantar levemente la barbilla, y caminar algo erguido, se mira distinto, mejor (hubo una larga etapa en la que miraba al suelo).
Me gusta mirar, asomarme a la forma de mirar de cada cual.
El ejercicio, el posicionamiento, la actitud al hacerlo.
Esa forma de mirar que construímos y decidimos a diario (aunque de esto último no seamos tan conscientes).
Cómo cada uno decide que va a mirar al mundo. Cómo decide mirar a quienes le rodean. Y cómo decide mirarse a sí mismo (esto último al principio)
Me gusta sentirme mirado. Bueno, me gusta a veces,
pues aunque el adulto se ha expuesto, todavía queda mucho de aquel niño que se escondía.
Me gusta mirarme en un espejo, y descubrir que así miro y me miran, todo a una.
Me gusta mirar a quienes se gustan al mirarse y también a quienes no han encontrado la manera de mirarse y de gustarse al hacerlo, pero andan en ello.
Me gusta mirar como sinónimo de acompañar. De aceptar. Caminando al lado, respetando lo que hay.
Me gusta mirar y no quedarme ahí, en la barrera, en lo contemplativo. Mirar y mostrar.
Me gusta que al hacerlo los demás aprendan o mejoren su forma de mirarse y mirar o que simplemente la acepten.
Me gusta mirar para que quien está enfrente saboree la inquietud y el placer de saberse mirado.
Y SIGUE…