MIRO

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Mirar fue lo primero y seguramente sea lo último.

Entre medias, la fotografía.

 

Durante un tiempo me acerqué a la fotografía desde su lado creativo, estético y voyeur, y la sentía como un hobbie más. No era consciente todavía de que más allá de sus posibilidades expresivas, existía un enorme potencial como herramienta de autoconocimiento. No imaginaba que las fotografías pudiesen hablar tanto de la persona que las hacía. No imaginaba todo lo que iba a des-cubrir gracias y a través de ella, y lo que sigo des-cubriendo.

Un día me di cuenta de que cada vez fotografiamos más y cada vez miramos menos. En el ámbito de la mirada fotográfica, muchas veces se pone el foco en lo que tenemos que aprender de afuera: en lo técnico, en lo compositivo, en los tantos y tantos referentes, en la historia, en la cámara y en todos los artilugios que pueden acompañarla, en lo que hay delante de la cámara, en el diseño, en la comunicación, en las redes sociales… y pocas veces giramos el foco hacia quién está detrás de la cámara, hacia lo que está dentro. Y ahí nos perdemos.

Es curioso que las y los fotógrafos, dedicándonos como nos dedicamos a mirar, tengamos ciertas dificultades muchas veces en mirarnos y en ser mirados.

Y si hay algo que he aprendido en estos años con tantos aprendizajes, es que en nosotros están las respuestas y el motor del cambio.

Es desde este punto de vista inagotable, compleja y fascinante la búsqueda que se abre cuando giramos el objetivo hacia nosotros, y nos hacemos preguntas:

¿Me miro? ¿Qué veo cuando me miro? ¿Adonde se nos va la mirada? ¿A qué nos cuesta mirar? ¿Cómo miramos? ¿Nos asomamos, o nos escondemos?¿hay prisa? ¿hay exigencias? ¿hay miedos? ¿qué ocurre si me descubren mirando? ¿me veo en mis fotografías?…

Desde esta perspectiva, si algo he aprendido también es que cuando descubrimos nuestra mirada y apostamos por ella, dormimos más agusto y encima ésta llega más a los demás. Por ello apuesto por un ejercicio y un producto de la mirada más personal, consciente y conectado con el ser genuíno que somos, con nuestro ser espontáneo y sincero. Un mirar respirado, honesto y comprometido con quien somos y con aquello que hemos venido a hacer y a contar en este mundo.

¿Y cómo me gusta mirar a mi? Disfruto mirando lo que está vivo, lo que se da y no se espera, lo que sorprende y me hace quedarme con la boca abierta o que se me pongan los pelos de punta. Amo mirar a lo íntimo que se abre y se comparte, asomarme a las emociones, a las luces y a las sombras, a lo que es puramente humano y presente.

Amo mirar, y he aprendido a hacerlo mejor mirándome y también dejándome mirar. He aprendido a no solo esconderme tras la cámara, sino a salir tras ella y mostrarme al mundo, practicando así un ejercicio más igualitario y dejándome mirar también.

Y sí, me apasiona jugar e invitar a practicar el verbo en todas las direcciones.

De hecho, cada vez la cámara va perdiendo peso. E incluso, en una vuelta de tuerca, un día decidí practicar el ejercicio sin cámaras, sin excusas.

Un día me di cuenta de que cámara era mi excusa para poder mirar a aquello que quería mirar, y me hice una pregunta, en estos tiempos que corren, en los que cada vez nos miramos menos.

Y si si salía a la calle con un cartel que pusiese “Mirémonos” y me sentaba en un lugar, ¿qué ocurriría? Y vamos si ocurrieron cosas.

Ahora, volviendo a la fotografía, y a esa necesidad de seguir sosteniendo una cámara, os contaré un deseo:

Ojalá la cámara se vuelva cada vez más pequeña en comparación con nuestros ojos y nuestro corazón.