Hacia tiempo que no me situaba enfrente del espejo, para «jugar» un rato.
Han sido solo unos minutos, los suficientes para acercarme,
coquetear con el niño asustado y a la vez curioso
y el adulto abierto y a la vez distanciado.
Con el ensimismado hacia dentro en espiral.
Con el difuso y hasta con el borroso.
Con el que puede tensarse mucho sin casi darse cuenta,
y con el culo inquieto que no sabe quedarse y nunca mejor dicho, quieto.
Con el intenso o profundo y tirando a panoli a veces,
y con el divertido o absurdo.
Con el desde siempre hambriento y no siempre satisfecho
con el de un tiempo a esta parte seductor,
y con el cada vez más dispuesto.
Nunca os lo digo, pero tengo mucho que agradeceros, cámara y espejo,
en esto de asimilar mis diferentes caras y mis diferentes cuerpos.
Gracias por acompañarme.