Recuerdo la primera vez que afronté el reto de fotografiar a niños. Digo reto pues los niños de siempre me habían dado mucho respeto.
Tenía la sensación de que no sabría que hacer con ellos. Y si no sabía qué hacer con ellos podría sentirme muy tonto.
Siempre les he considerado muy sabios. Con las personas que considero sabias también me pasa, esto del respeto y de ponerme tonto.
La cuestión es que me atreví. Me lancé. Era diciembre del 2011. Primera edición de RUZAFA loves KIDS.
Recuerdo la adrenalina, la sensación de felicidad esos días. Recuerdo perfectamente que cada tarde salía de casa distinto.
Caminaba distinto. Prácticamente saltaba al caminar. En serio (algunos pueden atestiguarlo).
Desde entonces, Lactancia, Donyets, RUZAFA loves KIDS (II), the ORANGE TREE, el Patio de Ruzafa, o ayer tarde mismo, en el recién inaugurado AFTER de nANU.
Y las sensaciones siguen siendo las mismas: mi energía cambia, mejora. Y siento una especie de felicidad.
Ahora además soy más consciente del proceso. Con lo que la sensación de placer se amplifica.
Todo aquel «ruido» en forma de mal entendido «respeto» , todo aquel no saber qué hacer con los niños termina cuando me situó entre ellos, a su altura, o hablemos con propiedad, cuando me sitúo yo en mi altura de niño.
Que no significa más que comenzar a respirar, y correr, o no correr, o quedarme parado, o ahora tirarme a un sofá o en resumidas cuentas, dejarme llevar.
Ahora sé de dónde venían los ruidos. Venían de mi adulto opinando, juzgando, vamos, haciendo las cosas a las que nos hemos especializado los adultos.
A ese adulto es al que temo ahora. A que aparezca en escena para entorpecer, con sus «debería» y sus «las cosas son así», y sus «esto no lo estás haciendo bien».
Es cierto que con los niños, cada vez me pasa menos. Que aparezca. O si aparece, le ignoro bastante. Pues es tan grande el placer y la energía y estas cosas que os contaba que ya casi ni le oigo, rechistar.
Lo que sí me pasa a veces (esto es muy divertido) es que de repente cuando hay adultos a mi alrededor, funcionan como espejo del propio, y entonces con quienes no acabo de sentirme cómodo es con ellos.
Claro, ando tapando a mi adulto. Como para fluir con el resto de adultos! Ahora, esto último también cada vez me pasa menos. ¿Y sabéis por qué? Porque veo en los adultos una expresión, que intuyo también mía, de no disimulado disfrute, al ver a ese fotógrafo tumbado por el suelo, al ver a ese adulto jugando. Y siento que es como un guiño. Que me hacen. Que se hacen.
Imagino que en el fondo, adulto y niño andan reconciliándose.
Así que una suerte aquel RUZAFA loves KIDS. Suerte lanzarme y seguir haciéndolo. Mirar a los niños. Y de paso mirar al mío. Sacarlo. Afortunadamente sale.
Sólo entonces puedo mirarles.