Este es un ejemplo de hecho cotidiano. Nada extraordinario. Fácilmente explicable, sí.
Convertido en uno de esos momentos irrepetibles del cine, gracias a American Beauty. La escena comienza con estas palabras: «Quieres ver lo más bonito que he grabado en mi vida?…»
Recuerdo que cuando vi aquella escena en el cine tuve una especie de orgasmo: estético, acústico, visual… sí, pero orgasmo al fin y al cabo.
Ayer me tocaba vivirlo en persona. Eran casi las 16’00h de la tarde, estábamos un amigo y yo sentados en una terraza en la plaza del mercado. Vi la bolsa alzarse, y desde ese momento, cogí la cámara (no tuve la perspicacia de hacer un vídeo, todavía no me hago a la idea de que la nueva cámara que tengo en mis manos hace vídeo)…
He visto más veces a una bolsa en estos menesteres; sin embargo ayer fue distinto…
Iba más lenta de lo habitual, su movimiento era mucho más suave. Yo la miraba desde el objetivo de mi cámara, no abandonó ese campo visual en ningún instante, se acercaba, se alejaba… fueron unos dos minutos. Fue la duración, fue la forma. Fue que de repente todo se paró. Y sobretodo, fue que tuve la misma sensación que tuvo el chico de la peli, la sensación de que:
«esa bolsa estaba…. allí… bailando… conmigo»
Podríamos llamarle de muchas maneras. Yo lo tengo claro, fue magia. No sé a quién se le ocurrió que la magia está en los hechos extraordinarios. Yo estoy más que convencido de que está en lo cotidiano, de que está delante de nosotros. Sólo que muchas veces estamos ciegos ante ella.
Y como en el fondo y en la superficie soy un romántico, pienso darle su espacio. Pienso mirarla, pienso escribirla y pienso reivindicarla,
para que no se nos escape.