conversaciones con la timidez

 

Hace un momento compartía una pequeña historia donde la timidez fue protagonista.

Ayer, uno de los dos enamorados con los que trabajé (la parte del binomio a quien menos conozco y que menos me conoce), me comentaba entre medio sorprendido, al principio de la mañana:

«Estás tú más nervioso que nosotros»

«Claro», le decía yo. «Siempre lo estoy al principio».

 

Quien me conoce sabe lo tímido que he sido, y cómo esa timidez suele aparecer en mis principios. Es lo que tiene saltar cuando sabes, intuyes, que algo importante, bonito va a suceder, y a la vez entran esos temores, esas inseguridades que tienen que ver con esas exigencias que has venido absorbiendo desde pequeño, que ahora son puramente mentales y que si les dejas estar se hacen tan fuertes que pueden estropear del todo la situación (anda que no me la han estropeado, a veces).

Recuerdo como era cada vez antes de un estreno de una obra de teatro (que pensaba que me moría), o como fue el día que me casé con mi chico, o como iba por la calle el día que fui a ver a mi primera paciente, como fue la tarde que di mi primer taller, como era al principio cuando le planteaba a las primeras personas desconocidas si podía hacerles un retrato.

La timidez tiene que ver con la salida del terreno de la comodidad, suele darse en los principios, y hay básicamente dos opciones: intentar ocultarla, disimularla… o dejarla estar, que se exprese, airearla.

 

Se da algo curioso también con la timidez… según como te relaciones con ella puede llegar a transformarte, tal como si se tratara de la transformación entre una oruga y una mariposa.

 

Recuerdo mi tiempo oruga, cuando intentaba esconderla y disimularla y andaba hasta encorvado.

Recuerdo el click, cuando decidí comenzar a ir a sesiones con una psicóloga para tratar la fobia social.

Y en esa temporada (que coincidió con mi incursión en el teatro) debió ser que aprendí que si en vez de intentar ocultarla, la respiraba un poco, conversaba con ella , jugaba y hasta incluso la mostraba, y la compartía, podía convertirse en fuerza.

 

El tiempo oruga una vez se abandona es como los 12 años, los 20 o los 28. Nunca vuelves, pero siempre están ahí.

Me veo ahora, moviendo los hilos para generar situaciones que se salen de esa comodidad, situaciones «principio» en las que obviamente vuelve a aparecer la timidez, solo que vuelve distinta, viene sonriente pues en el camino he aprendido a aceptarla, a respetarla, a darle su espacio y hasta a descubrir su belleza.

 

El ejercicio del retrato me está dando la oportunidad de practicarla, de hablar sobre ella, de verla en mi y proyectada en los demás, de escuchar la de los demás y ver cómo resuena en mi.

Cada vez soy más admirador de ella y de lo que esconde. Por ello me encanta buscarla, cada día.

 

Sólo hay que ver la secuencia con Grace.

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