Acabo de darme cuenta. De un tiempo a esta parte vengo exponiéndome a pequeños principios y pequeños finales.
Son encuentros cortos con personas desconocidas, en la calle y con la excusa de (la que me doy y la que les doy) estar atreviéndome, de estar probando otra cosa, andar queriendo salir del espacio de confort, de aquello a lo que estaba acostumbrado como fotógrafo.
La cuestión es que todavía no me había sentado a pensar sobre ello. Es pronto, imagino. Todavía ando dejándome llevar.
Hace un momento, a punto de enviarle a mi desconocido de esta mañana sus fotos, viendo las imágenes, viendo como se iba, me he dado cuenta muy claramente de este principio y final de una historia.
Recuerdo en teatro, cuando Joan nos insistía en la importancia de que en una escena se puntuase bien, el final. Quedase claro.
En gestalt uno de los trabajos más importantes que realizamos es aprender a cerrar aquellos asuntos inconclusos.
Nos suelen costar los finales. A mi siempre me costaron.
Intentaba pasar rápido por ellos.
Imagino que de algún modo ando queriendo exponerme a algo a lo que siempre he tenido mucho respeto.
Y es que todas las cosas terminan. Quizá pasando a ser otra cosa, pero sí dejando de ser lo que eran.
Esto me recuerda a mi experiencia con el proyecto primera impresión.
Aunque volvamos a encontrarnos, ya nunca es lo mismo.
Me gusta este darme cuenta. Estoy exponiéndome a pequeños finales, a pequeños «dejar irse».
Esta es la secuencia de mi último principio-final.
El de esta mañana, con Manu.