Sabía que iba a ser uno de los viajes de mi vida.
Una suerte de proyecto así no ocurre todos los días: una desconocida me invitaba a asomarme a ella, a sus lugares, a sus países, a mirarle.
Cuando me encontré en Francia con ella, la incertidumbre me incitó a hacerle dos preguntas:
Si querría ver mis fotos durante el viaje para así poder tener un feedback y en su caso virar hacia un lado u otro, saber si íbamos bien… y si quería contarme algo muy breve, decirme qué era lo que buscaba, para que yo tuviese un mínimo norte.
Sus respuestas fueron no. No me iba a contar nada, y no vería las fotos que iría haciendo.
Me dijo que confiaba en mí.
Al entrar en su coche, me encontré con estas dos palabras, que lo resumían todo. Ahora sí, empezaba nuestro viaje…