El viernes pasado se casaban Vanesa (una gran amiga) y Enric.
Decidí que más allá de que quería estar como amigo, llevaría mi cámara conmigo y me dejaría llevar. De lo que surgiese saldría mi regalo para los novios.
Afortunadamente, la figura del fotógrafo principal ya existía (una experiencia previa me había permitido comprobar que no sirvo/me faltan conocimientos/técnica/no me gusta/no me veo como fotógrafo principal en una boda), con lo que no debía ocuparme o sentirme responsable del registro fotográfico de un acontecimiento personal de tal «calibre». Otro profesional lo haría.
Podía así dedicarme a estar en mayúsculas, y en lo fotográfico, a escucharme en cada momento.
Este ejercicio de la libertad «en toda regla» me situaba por otra parte en una posición en la que toca estar más «despierto». Elegir.
Jose amigo y Jose fotógrafo, ambos a la vez, por vez primera en un mismo espacio temporal donde se esperaban cosas del Jose amigo, y cosas del Jose fotógrafo…
Fue un aprendizaje.
Un ejercicio contínuo de conciencia para saber «dónde» quería situarme. Y plantearme en cada momento qué quería, si estar como amigo (función principal) o como fotógrafo. En ocasiones me descubría más en un lado, en ocasiones me pasaba al otro. En muchos otros momentos no era consciente de en qué lugar quería situarme; los límites se volvían más difusos…
Situarme como fotógrafo me suponía a veces una dificultad. Sostener la cámara se convertía en una especie de barrera entre lo que ocurría fuera y lo que me ocurría dentro. Y esta interferencia me molestaba, cual mosca cojonera; en ese momento recordaba que ante todo estaba en la boda de una amiga, y que había venido a disfrutar, y entonces abandonaba la cámara. En otros momentos, tal barrera no existía, simplemente, y el hecho de convertirme en un mero observador (a mi manera) y ocuparme en captar la esencia desde lo visual, me situaba en un plano contemplativo, consciente, en el que también elijo, y que definitivamente disfruto.
Finalmente el resultado a nivel fotográfico fue el que fue.
Generalmente disfruto mucho del proceso y no tanto de la edición (no es mi fuerte). También suele pasarme que al situarme ante los resultados, suelo sacar al juez que llevo dentro, y lo pongo a trabajar. Y trabaja bien. Es un crítico estricto.
Sin embargo, es curioso que esta vez no ha habido tanta crítica; de hecho hay un indisimulado disfrute al ver las fotos.
El disfrute no está desde luego en el resultado a nivel técnico o puramente fotográfico.
El placer está por un lado en reconocer en las ausencias (hay varios momentos importantes de los que no hay foto), los momentos en los que decidí separarme de la cámara como «barrera», y en descubrir también los momentos en los que disfrutaba como fotógrafo. Descubrir en sí, que aunque hubieron momentos más difusos, y sentí en ocasiones cierta indefinición, en general pude estar y pude elegir.
El placer, por otro lado, está en darme cuenta cada vez más, de que aún estando como fotógrafo, no me «escapo» del todo. Y es que cada vez más tengo más claro que detrás de la cámara he decidido no alejarme de mí mismo (y esto sí que me gusta verlo). Cada vez me descubro más en mis fotografías, y siento que al final, lo que hay delante, sea una boda, sea una inauguración de una exposición, sea una procesión del corpus, sea un cole libre, son siempre puras excusas para expresarme.
Queda mucho camino. Pero siento que ando bien, pasito a paso. Que ando haciéndome preguntas y escuchándome. Que ando probando cosas nuevas, sin opinar desde la barrera. Que cuando veo lo que hago, siento que no me «traiciona». Y que sobretodo, disfruto de cada paso.
Muchas buenas señales para seguir caminando.
No podrías explicar mejor esa pequeña separación entre el fotógrafo y el amigo….y cómo uno no puede desprenderse del otro. A mi me pasa ultimamente que tengo la necesidad de estar al 100% tanto en un lado como en el otro y es como si me perdiera cosas