Ayer salí con la cámara, en principio, sin ningún motivo aparente, aunque con esa intuición, ese rum rum que me decía, sácala a pasear. Hacía un tiempo que no hacía fotos, tenía la energía en otros lugares, y había perdido un poco esa práctica fotográfica, y ya volvían las ganas…
Habíamos quedado para desayunar con dos amigas. Salimos a darnos un capricho de esos que vienen bien de vez en cuando, en un lugar del barrio donde hacen unos brunch increíbles, y después, decidimos ir a que conocieran un espacio, el Patio de Ruzafa, un mercado que se organiza los domingos y que personalmente me chifla. Me gusta porque más allá del mercadillo, de que a veces hay algún grupo tocando, de que se realiza en un espacio con un patio precioso; hay un ambiente muy especial, es como un espacio hecho para ir a conversar, estar.
Entramos y reconocí toda esa energía de inmediato, sí, estoy buscando otra palabra para describirlo, pero creo que la mejor es energía… sentí eso que siento en determinadas ocasiones y que me hace no querer irme del lugar. Nos sentamos en el patio, y de repente, mi mirada no dejaba ya de otear y de pensar en modo fotográfico.
El lugar estaba impregnado de ese buen ambiente, lleno de vida. Lleno de niños también.
Comencé a hacer alguna foto, como siempre, primero de una manera tímida, y enseguida, comencé a «entrar en calor». La cuestión era que al haber niños, y al ser un espacio donde no estaba ocurriendo nada particular en lo que yo pudiera «apoyarme» para estar haciendo fotos, tocaba pedir permisos, así que, esta vez me olvidé de mi general timidez con estos temas, y me puse a hablar con bastantes personas, presentándome, explicando, y me ocurrió algo distinto a lo que suele ocurrirme.
Digamos que en esto de presentarme, decir, soy fotógrafo, no soy un secuestrador, me gustaría hacer fotos de tu hijo, etc… no soy muy ducho, o mejor dicho, no creía ser muy ducho, y era uno de mis puntos flojos, que me hacía cortarme bastante a la hora de hacer fotos en espacios donde hay niños y no llevo un «permiso».
Y ayer no, ayer y allí todo fluía de una manera distinta, y de cada papá o mamá a quienes comentaba mi labor, mi interés, recibía un sí, recibía una sonrisa, recibía un «claro».
Fue tan así que en un momento dado, dí un paso más (es como cuando uno de repente le ha costado mucho llegar a un nivel, y cuando llega, con la emoción, quiere pasar al siguiente rápido), y me lancé a proponerles a una pareja a la que acababa de conocer, realizar el trabajo de Acompañamiento con ellos y su hijo.
Estoy en ese momento en el que necesito darme a conocer. Ellos me transmitían muy buen rollo, y pensé, por qué no. Voy a lanzarme. Y, continuando con el fluir, no sólo les gustó la idea, sino que «casualmente» tenían Lactancia (¡¿»Lactancia el de Nanufacture»?!) en su casa, con lo que me dio que les hizo bastante ilusión que les propusiera este trabajo.
Al final, mis amigos ya se iban, y me fui con ellos, pero ya en la calle, me di cuenta de que esa sensación, esa energía que me decía, quédate, continuaba, de hecho, continuaba casi con más fuerza, con lo que ya sólo, decidí volver al patio.
Y aquí ya fue cuando la magia, que venía regándose y abonándose desde hacía un buen rato, comenzó a brotar así en bruto, y entonces apareció el señor alemán que estaba comiendo sólo y me dijo desde su mesa: «se nota que eres un profesional de esto», mientras yo andaba dando volteretas por el suelo, y pasaban los camareros intentando hacerse paso mientras tres niños y yo estábamos tumbados a lo largo enmedio del bar. Y bueno, pasaron más cosas de esas que te hacen sonreir, mirar alrededor y encontrarme con miradas que me sonreían, jugar con varios de los peques y que hicieran sus primeras fotos con mi 7D. Hablar con más gente… y tener de repente la sensación, aún más bruta que al principio, de que este es el camino.
Bajar más a menudo de esa altura media de uno sesenta para arriba en la que nos movemos, y colocarme más en la de menos de un metro. Tocar suelo más a menudo, y dar alguna que otra voltereta más.
Y sobretodo, seguir dejándome llevar por la intuición, y aquello que me toca. Por esos momentos que me gritan: «quédate».