Hace un momento recibía las palabras de alguien muy especial a quien conocí hace poquito, y que me hacían suspirar enmedio de la calle:
«Lo de Jose Bravo no es solo fotografía. Es también que se te erice la piel al mirar, que veas almas en estado puro a través de los ojos de las personas a las que mira, dejarse llevar por el momento, sentirse acompañado, que las imágenes te envuelvan y puedas adentrarte en sus atmósferas.
Lo de Jose no es solo fotografía, son trocitos de vida que te miran y que piden ser mirados… y qué suerte la mía, de haberlo conocido, de haberlo mirado y de haberme dejado mirar por él.
Felices 5000, Jose, ahora solo falta comerse el resto del mundo. Ojalá que sea siempre con el mismo alma y las mismas ganas, y la ilusión en la mirada».
Al cabo de unos segundos, pensaba en compartirlas, aunque enseguida aparecía un nuevo pensamiento asociado:
¿de dónde viene esta necesidad de compartir las cosas bonitas que me dicen? ¿siempre tengo que hacerlo?
Tras respirar hondo, aparecieron una serie de imágenes, era yo diciendo en el día a día las cosas bonitas a las personas con las que me encuentro, las cosas bonitas que siento en cada momento, un ejercicio que comencé a hacer cuando también descubrí que yo tenía cosas bonitas. Sí, uno no puede ver en el otro lo que no está en sí mismo.
Ahora, durante un tiempo, daba pero no del todo. Hacía un poco como Amelie, que daba a los demás lo que no se daba a sí misma. «Daba» al mundo lo que no acababa de darme a mi, esperando de vuelta lo mismo. Esperando algo que no llega hasta que no aprendemos a dárnoslo nosotros.
Pasaron por mi mente muchos momentos en los que cuando me decían cosas bonitas, las rechazaba de un modo más o menos sibilino.
Dar tiene mejor prensa. Y ojo, hasta que no aprendamos a recibir, no daremos del todo.
Este es mi pequeño homenaje al verbo.
Volviendo a la pregunta, ¿de dónde vendrá esta necesidad de compartir las cosas bonitas que me dicen?
Así que gracias, gracias Irene, por tus palabras.
Gracias a tantas personas que desde hace un tiempo me hacéis llegar palabras, gestos tan bonitos, y me ayudáis así a aprender a recibir.
En la imagen el hombro de un chico, recibiendo la caricia de su chica, esta tarde, en el tren de vuelta