Recuerdo que el para qué lo descubrí en gestalt. Hasta entonces, no era un tipo de pregunta que me hiciese demasiado.
Ahora, a partir del momento en que lo descubrí, ha sido de esas cosas que se graban a fuego, y que ya no he dejado de usar.
Para qué llegó y se cargó a los por qué. De hecho, me di cuenta hasta qué punto me había pasado la vida preguntándome los por qué de las cosas, y el poco sentido que tenía seguir buscando las causas a todo.
Comencé a preguntarme el para qué de las cosas, de las situaciones. Y eso hizo que viera distinto. Todo comenzó a cobrar un nuevo sentido. Aunque costase encontrarlo. No había que perder tanto el tiempo lamentándose, culpándose, arrepintiéndose. Todo ocurre para algo.
Cada paso lleva al siguiente, simplemente.
Ayer me asomé a un nuevo hogar con la propuesta de acompañamiento fotográfico. Antes de entrar por esa puerta, tenía buenas vibraciones. Me daba buenas vibraciones la persona, Marta, que me había contactado.
Yo iba más confiado. Con ganas. Paso a paso, caminando el camino, es como he ido poco a poco adquiriendo confianza.
Lo que ocurrió en esas tres horas queda para nosotros. Sólo diré que pareciera, o esa fue mi sensación, que costaba un poquito despedirse.
Es una de esas cosas que me ocurren con este trabajo. Al tratarse de una forma cuidada de trabajar, a veces cuesta despedirse.
La cuestión es que salí y llegué a casa excitado. Hablé con mi chico, que me preguntó qué tal, y él sabe que soy muy exigente, y que muchas veces no salgo del todo contento.
Pero esta vez salía muy contento. Por cómo había ido, y porque intuía que va a haber un resultado bonito.
Volviendo al tema del para qué, el tema es que en medio de la excitación, revisando las fotos y poniéndome a trabajar con ellas, me encontré con esta imagen, entre tantas, y me emocioné.
Y fue como si de repente, en una sola imagen se condensara el para qué de este trabajo.
Si alguien me preguntase para qué trabajas de este modo, le diría:
«Mira esta imagen. A estos dos pequeños seres, una hora antes no les conocía.
Luís, que tiene 2 años, a los pocos minutos de estar con él, se preocupaba porque no pasara sed y me llenaba una y otra vez el vaso de agua.
Nicolás, cuatro años, a la media hora de estar con él me daba un abrazo. Vamos, nos dábamos».
Si me preguntasen para qué esto de acompañar, le diría:
«Miradlos aquí a ambos. Lo que transmiten sus miradas. Ahí andaban Nicolás y Luis, a la hora, engarzados en mis piernas, pidiéndome que les arrastrase. Ahí andábamos los tres, jugando».
Y sí, para todo eso que transmite esta imagen, trabajo así, acompañando.
Para disfrutar, para sentir, para que cueste un poquito despedirse.