Las circunstancias de nuestra vida, los acontecimientos que nos han ocurrido, aquellas vicisitudes con las que nos hemos encontrado, aquellas decisiones que hemos tomado, los pasos que hemos decidido dar, los NO, los SI, son los que son, hasta hoy.
Cuando echamos la mirada atrás, a la persona que somos, o mejor dicho, a la que hemos sido hasta este preciso instante, comienza a trabajar la memoria, y hay otros muchos factores, nuestro estado de ánimo, nuestras creencias, nuestros intereses… que se convierten en un filtro que modula ese recuerdo, esa historia que contamos de nosotros mismos.
Digamos que esa historia que construimos está «basada» en hechos reales, pero aunque no nos demos cuenta, a la hora de contarla y de contárnosla, evitamos ciertos episodios, hacemos un «corta y pega» eligiendo según qué aspectos, según qué acontecimientos… ignoramos otros aspectos, más o menos conscientemente, incidimos en otros… maquillando por aquí, distorsionando por allá… Lo importante es que es nuestra historia, y nos identificamos con ella.
Os daréis cuenta cómo la historia que contamos de nosotros no es la misma, según sea nuestro estado de ánimo, o nuestro momento vital.
Y así, muchas veces convertimos dicha historia construida en la gran excusa para justificar nuestro presente. Y no tan sólo para explicarnos ahora. Sino para predecirnos en el futuro. Y es que «nada va a cambiar», «las cosas son como son y siempre van a ser igual»…
Digamos que si fuésemos más conscientes de este apunte, de que somos nosotros, aquí y ahora, los que dibujamos esa historia, quizá le daríamos un menor peso a este equipaje, un equipaje que ciertamente nos condiciona, pero al que muchas veces le damos demasiado poder.
El presente es mucho más nuestro de lo que queremos ver. El presente es nuestro y de nuestros pasos, de nuestras decisiones. De nuestras elecciones actuales. Presente y futuro son nuestra responsabilidad.
¿Qué ocurre entonces para que no nos responsabilizamos? ¿Qué está pasando que no queremos darnos cuenta de ese «pequeño gran matiz?
Ocurre que a veces hay situaciones muy difíciles, momentos en los que no es posible, no es conveniente incluso, plantearse una mejora en las cosas. Y entonces lo mejor que puede hacer uno es aceptarlo, salvaguardarse y aguantar el chaparrón como bien pueda.
Otras veces, sin embargo, resulta que cambiar, plantearnos estar bien implica dejar de estar mal. Y esto que implica dicho moviemiento, y que es tan obvio, implica un esfuerzo. Una incomodidad. Sí, puede sonar revolucionario, pero dejar de estar mal supone salir de una posición con «ventajas». Aunque sea difícil de entender, cada momento en el que nos encontramos, donde tengamos capacidad de elección, es siempre aquel que entre comillas, y muy inconscientemente, más ventajas nos aporta en cada momento. A veces esto no es nada fácil de ver, por supuesto. Y por ello, cuando alguien nos dice algo como esto, logicamente nos molesta, pues… ¿quién puede atreverse a decirnos que pudiendo estar de otra manera, elegimos esta que nos produce sufrimiento? ¿cómo puede alguien decir que esta posición es comoda?
El hecho es que esta postura vital se elige. No viene dictada. Pues hablamos de una actitud, de un modo de afrontar las cosas. Y la elegimos porque en cierta medida nos da una serie de beneficios: echar la culpa al mundo, a los demás, o pensar que no podemos hacer nada, que debemos esperar que venga alguien con su varita mágica a solucionar nuestros problemas, son todas justificaciones que tienes sus ventajas. Nos hacen sentir menos responsables de lo que nos ocurre…
Sin embargo hay algo en el fondo algo que nos dicer que no vamos por buen camino. Algo no cuadra. No estamos donde nos gustaría estar. Tenemos una cierta sensación de que nuestra actitud tiene algo que ver, aunque no queramos reconocerlo en voz alta… por otro lado, ciertamente nos sentimos «atados». Atados al pasado que comentábamos. Atados a los miedos: al miedo a equivocarnos, al miedo a perder, atados al «qué dirán», atados a alguien, a lo que el otro espera de mí, a lo que mi familia espera de mí…
La cuestión es que este posicionamiento elegido, llega un momento en que ya no nos sirve. No nos sirve ni la historia que nos contamos, ni el pensar que el mundo tiene la culpa de lo que me pasa. No nos sirve creer que estamos donde estamos porque ahí nos han llevado las circunstancias. No nos sirve.
Nos ha servido hasta ahora, nos ha proporcionado cierta seguridad, cierta «anestesia» para según qué cosas, ciertos privilegios de atención… pero la anestesia ha dejado de tener el mismo efecto, y ahora duele…
Y entonces, nos damos cuenta de esa necesidad de mover, de dar un paso, de cambiar esa posición.
Estamos, ante esta tesitura, y dos posibles caminos: seguir «echando balones fuera», y mantenernos «dormidos», desorientados, atados… o coger las riendas, y asumir nuestra responsabilidad…