Ahora, si me escucho, si hay un ser que me despierta absolutamente la máxima curiosidad es la mamá.
Ayer volví a darme cuenta al editar y enviar las fotografías a Lorena que había hecho, el día que conocí a su hijo Kylian. De las 16 fotografías que le envié, solo en 1 podríamos decir que es Kylian más el protagonista, pero en el resto, aunque en otras 2-3 fotografías el bebé es también coprotagonista, es siempre la mamá quien llama claramente a mi mirada, quien ocupa la «figura» en el campo (tal y como lo explicaríamos desde el enfoque gestalt) de la fotografía.
Y es que recuerdo perfectamente ese ratito con ella, y fue hacia ella que estaba mi escucha, mi mirada, y en si, mi corazón. Ha sido recordar ese ratito y venirme a la mente tantos otros con otras tantas mamás, con quienes he tenido la suerte de compartir estas reflexiones, este estado a veces de «sombra» y de necesidad de luz, que además, no suele expresarse pues puede no ser entendido afuera.
Con sombra me refiero a algo de lo que me di cuenta con ellas, y que también ellas me expresaron, algo que después he ido volviendo a encontrarme y es que muchas mujeres en esa etapa pasan a no ser miradas, a mirarse menos o directamente a no mirarse. Y en sí el mundo deja de mirarles, pues todas las miradas van hacia el niño.

Yo me he dado cuenta de que me pasa muchas veces con las mamás también, me gusta mirarlas e intentar ver cómo se sienten y cómo miran a sus pequeños. Es súper bonito