Ese era el primero de los tres puntos, objetivos pilares de la tarde, apuntados en mi libreta: compartir. El grupo como fin en si mismo. La suma de miradas.
El segundo punto importante era la experiencia, actuar, para después ver, opinar, reflexionar. Dejar primero lugar a la acción. Me interesaba trabajar sobre el proceso más que sobre el resultado. Y hacernos preguntas.
El tercer punto era disfrutar: veníamos a jugar, a pasarlo bien. Esto no era un concurso para ver quién hacía «mejores» fotos.
El I Microtaller de FOTO callejera ha sido una de las mejores excusas que se me han ocurrido últimamente para conocer a gente, jugar y sumar.
Como suele ocurrir en los inicios, cuando uno se aventura en lo que es suyo, pasó lo que se llama la suerte del principiante: salió genial.
Un grupo de personas bonitas, curiosas, distintas. Una oportunidad para recorrer las calles donde se creo Ocaso, de otro modo.
Me fui a casa con los tres objetivos más que alcanzados. Y con un cuarto, que no estaba apuntado en la libreta.
Era mi primer taller de foto. Así que el cuarto era atreverme.
Lanzarme, y sentir que era capaz.
Qué bien atreverme. Y qué bien compartirlo.