Desde pequeño fui curioso. Curioso y tímido, curioso y para adentro.
Vivía en un maset en medio de la ciudad, un lugar rodeado de campo, aunque alejado de los otros niños, con mis padres y mi hermana. Éramos los únicos niños que no salían por las tardes al parque con los otros niños. No nos gustaba, teníamos suficiente con nuestro lugar medio alejado del mundo.
Mi primer «juguete» favorito fueron los puzzles; también me gustaba dibujar y se me daba bien tocar el órgano. Me encantaba organizar juegos con pistas que llevaban una a la otra, y podía estar todo un día inventando pistas superenrevesadas, una llevaba a la página de un libro donde había otra esperando que llevaba a un árbol… y disfrutaba mucho organizándolo para que luego mi hermana encontrara lo que había escondido.
En el colegio era el empollón, el que leía los cuentos cuando el resto aún estaba aprendiendo cada semana una letra. El gordito, (algunos me llamaban gordi, pero también alguna vez, bola de sebo, o con eso me he quedado). Era el penúltimo al que elegían cada vez que había partido de fútbol. La razón, no era tan malo, al estar gordo, si estaba de defensa, podía tapar la portería. Era el que fue no sé cuantas veces delegado, el que ganó no se cuántas veces el premio capla… lo que viene a ser un niño repelente, vamos.
Tenía algunas amigas, pocas, de las «no populares», y en el recreo no me gustaba mezclarme con los chicos. Seguramente para algunos ya era el maricón. Recuerdo que la persona que mejor me caía era mi profesora Manoli, y que un día llamó a mi madre para decirle, que tenía que relacionarme más con otros niños, y no tanto con ella. No fue mi mejor época, desde luego. Aún así no la recuerdo del todo mal, pues disfrutaba en las clases, con algunos profesores, y luego disfrutaba en mi casa, en mi mundo, con mis cosas…
En la adolescencia digamos que no acabé de «cuajar» con el resto. Tardé en salir de «marcha». Tenía un grupo de amigos de esos donde amigos amigos hay dos, a los que veía entre semana, y ahí aún bien, pero llegaba el fin de semana y todo cambiaba. Todos salían, se la pasaban bien, sabían bailar, ligaban… Yo me sentía desubicado, y ahí comencé con la evaluación constante que me ha acompañado durante mucho tiempo. Sentía que no teníamos nada en común, y yo me esforzaba por aparentar, por llamar la atención, por ser divertido, por estar a la «altura», llegar a un nivel al que no llegaba, por supuesto. Suponía un esfuerzo, y eso se notaba. No era especialmente rápido para las bromas, muchas veces no seguía el hilo de las historias…
Yo seguía sin gustarme, ahora añadíamos que físicamente la adolescencia no me sentó muy bien, y si ya nunca fui guapo, pues digamos que entre que estaba gordete, y todo lo que pasa en la adolescencia, no era precisamente un chico rompedor. La ventana a esta etapa la cerramos aquí.
Llegó la universidad, y ahí ya cambiaron cosas. Hasta ese momento un poco sentí que me movía por inercia. Me gustaba el entorno. Sentía curiosidad por conocer, habían personas con las que sentía que cuajaba más, aunque por otro lado la inseguridad comenzó a convertirse en un problema le pusimos nombre, fobia social, e incluso comencé a ir a terapia, para ponerle freno, lo pasaba mal, la verdad. Fue a raíz de una práctica en una asignatura, en la que tenía que hacer de paciente «difícil», cuando un profesor (cuánto le debo a aquel consejo, Rafa) me dijo: ¿no te has planteado hacer teatro?
Imagináos lo que podía suponer para un chico inseguro y con problemas de ansiedad social, apuntarse a teatro, pero la cuestión es que sincronías de la vida, pregunté y en la universidad había un aula de teatro, y justo ese día que pregunté se cerraba la inscripción para iniciación. Y justo ese día que se cerraba la inscripción conocí a Elena, que hacía teatro. Y me enganché/enganchó. La conexión fue tal que me lancé por primera vez, a hacer algo por mi mismo. Pensaba que teatro lo hacían personas muy seguras, muy lanzadas, muy extrovertidas… Afortunadamente estaba equivocado.
Siento que ese aula, esos años supusieron mucho, muchísimo. Un espacio donde aprendí a explorarme y a exponerme, a jugar con toda esa inseguridad a mostrarla, a darle cuerpo, bailarla, respirarla, y donde conocí a personas maravillosas, más que nada porque cuando entras en contacto con las personas, desde este lado más vulnerable, cuando juegas, cuando te tocas, cuanto te emocionas con alguien, la relación que se crea, se llama unión.
Digamos que el teatro me enseño a exponerme. Gracias a ese aprendizaje comenzaría a desarrollar este aventurarme. Y entonces vendría mi primer viaje sólo, a Lisboa. Vendría el adentrarme en una formación como es la Gestalt. La gestalt fue un antes y un después. De repente, entendí que había una «forma de» con la que me identificaba. Los años de formación supusieron un espacio también de exposición, de cuidado, de apoyo, de ahondar en ese asomarnos a lo vulnerable, a lo que estaba presente, a las emociones. Descubrirlo, respirarlo, aceptarlo y moverlo en compañía de un grupo.
Había tantas similitudes entre el trabajo en teatro y el trabajo en la gestalt…
Son ambos los que explican el cambio, grande, muy grande en mi caso.
Y digamos que desde entonces, aunque por supuesto han habido otros cambios, y sigo abierto, sigo evolucionando, ya no ha habido marcha atrás en muchos sentidos. El niño inseguro por supuesto está, y va a estar siempre, y de hecho no quiero que se vaya, también le quiero. Soy yo.
Ahora, he sumado muchos otros yo a ese niño curioso e inseguro. Los he ido descubriendo y los he ido «jugando». Haciéndolos míos.
Estaban escondidos. En la sombra.
Ahora me veo, y me gusta lo que veo. No siempre, ni cada día ni en cada momento.
Sí en general. Sí como resumen.
Ahora el ejercicio de mirar hacia dentro, y de sacar para afuera, como no, desde aquí también, sale casi sólo.
Desde mi pequeña historia (que aquí os he resumido), os invito a asomaros, a descubrir ese tesoro que cada uno de nosotros, tenemos. Os invito a abrir cajones, a quitar el polvo, a probaros disfraces, a desnudaros y a veros. A mostraros, como, cuando y con quién queráis, a vuestro ritmo, pero jugad a mostraros.
A vuestra manera. Esa que os hace únicos. Veréis lo que se aprende mostrando. Por mi parte, queda mucho por ver. Por sumar. Y por mostrar.
Ahora, nadie me quita lo bailao.
Se te nota cerca, te veo emotivo, sencillo, sin alardes de nada en tu manera de comunicarte, creo que ahí radica tu fuerza. Se encuentra una sinceridad muy valiente cuando escribes. Te has despojado de muchos miedos. Y por ello te invito a un café y a una xarraeta. Quieres?
me encanta la idea, quiero!