Cuando era pequeño dibujaba espirales y me encerraba mucho en mi mismo. Faltaba mucho para aquel día en que un profesor, durante una clase en la universidad donde estudiaba psicología, me hiciese la pregunta: ¿tú Jose no te has planteado hacer teatro?
Ese fue el primer espacio en el que conscientemente, comencé a asomarme, a explorar y a compartir desde lo más profundo. Poco tiempo después aparecería la gestalt, a través de una formación que cambió mi vida pues cambió mi forma de estar conmigo y de estar con el mundo, y muy pronto necesitaría ya de una primera ventana al mundo a través de un blog, de aquel fotolog, desde el que expresar y compartir mis experiencias.
Me mantuve varios años recibiendo, absorbiendo, tenía el síndrome del eterno alumno. Compartía sí, en mis círculos-familia del teatro o la gestalt, o a través de aquel blog y sí, sentía un gran impulso de compartir y a la vez la posibilidad de ponerme delante físicamente de otras personas, me conectaba con todas mis inseguridades.
Andaba ya atreviéndome como fotógrafo y como psicólogo, y comencé a darme cuenta de que ambas dedicaciones podían ser muy solitarias. Como fotógrafo andaba todavía escondiéndome tras la cámara, y la psicoterapia era un concepto que se me quedaba algo ahogado, lo practicaba de puertas para adentro en el tú a tú, y sentía que faltaba algo, faltaba aire.
De ahí surgió el atrevimiento de compartir experiencias a través de un primer microtaller sobre fotografía en la calle, y aquella tarde, todo cambió. Me di cuenta aquella tarde de que lo que estaba compartiendo no era solo fotografía, y que lo que sentía compartiendo y trabajando en un espacio como la calle, con personas desconocidas, aspectos tanto fotográficos como psicológicos, no lo había sentido antes. Aquella tarde supe, más allá de todo lo que quedaba por andar, que eso era lo mío.
Comencé a ser consciente entonces del sentido, del para qué de todo lo que venía haciendo. Tras mi enfoque como fotógrafo había toda una serie de aprendizajes y de experiencias que necesitaba compartir, y del mismo modo con respecto a todo el camino de autodescubrimiento. Sentía que debía transmitirlo, de algún modo devolver al mundo lo que venía siendo mi camino, sin dejar de caminar, obvio, pero comenzar a compartir aprendizajes.
Compartir lo ha cambiado todo. Ser consciente de ese propósito vital me ha dado luz, norte, y paz.
Cuando uno crece comienza a hacerse preguntas como qué es lo que quiere aportar al mundo, al lugar en el que vive.
Compartir es ese hilo que lo hilvana todo. Surge de una dificultad, se convierte en necesidad, y de ahí en pasión, y norte.
De este compartir surgen los talleres y cursos, y aventuras que comenzaron como proyectos, y se han convertido en realidades: Atre-vernos, Mirémonos y la Escuela de Soñadores.
De ahí surge la comunicación diaria en redes o a través del blog.
Y es hacia ahí donde siento que me dirijo cada vez más. Es ahí donde me imagino cuando sea viejito, compartiendo miradas y sueños, luces y sombras, aprendizajes y camino.